lunes, 10 de noviembre de 2025

Los jóvenes de África se hartan de sus líderes

Protestas en Douala, Camerún, el pasado 27 de octubre, después de que el Constitucional proclamase la reelección como presidente de Paul Biya.Zohra Bensemra (REuters)


Tomado de El País del 10 de noviembre de 2025

https://elpais.com/internacional/2025-11-10/los-jovenes-de-africa-se-hartan-de-sus-lideres.html


José Naranjo  Dakar – 10 nov 2025 

"De Kenia a Madagascar, de Senegal a Camerún, de Tanzania a Nigeria o de Marruecos a Mozambique. Una ola de protestas protagonizadas por jóvenes de menos de 30 años, la llamada Generación Z, recorre África y parece imparable. Ocupan las calles y los espacios públicos, se enfrentan a las fuerzas del orden, revientan elecciones o tumban regímenes. En unos países se enfrentan a dirigentes que se eternizan en el poder y hacen trampas en las urnas, en otros combaten la vida cara, la falta de empleo o los cortes de agua y luz. Se organizan en las redes sociales como movimientos horizontales. Quieren hechos, no promesas, buscan nuevos referentes y aliados y están haciendo saltar las costuras de los viejos pactos que sirvieron a sus padres y abuelos, pero que asfixian a esta Generación Z africana, tan hastiada de lo antiguo como libre de todo compromiso.   

Como si fuera un símbolo de aquello contra lo que luchan, en apenas una semana de octubre, el continente africano ha vivido la reelección de tres presidentes: el camerunés Paul Biya, de 92 años, que lleva en el cargo desde 1982; el marfileño Alassane Ouattara, de 83 años, quien inicia su cuarto mandato presidencial, y la tanzana Samia Suluhu Hassan, de 65 años, quien lidera un partido político que lleva en el poder desde 1977.

En los tres países, el camino a la reelección quedó libre después de que los principales líderes opositores fueran barridos de la carrera presidencial tras ser encarcelados, sentenciados o apartados por la vía judicial. El procedimiento no es nuevo, pero ya no se digiere con facilidad: las protestas sacudieron los procesos electorales, con especial intensidad en Tanzania, donde hubo cientos de muertos por la violencia policial.

Semanas antes, el presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, huyó del país tras un mes de protestas de jóvenes que enarbolaban la bandera pirata con sombrero de paja del cómic One Piece. Al mismo tiempo, los jóvenes de la Generación Z sacudían la habitual estabilidad de Marruecos exigiendo más dinero para hospitales y escuelas y menos para construir estadios de fútbol.

En Kenia, un intento de subir los impuestos el año pasado desembocó en manifestaciones que quemaron el Parlamento y han sido reprimidas con gran violencia, mientras que en Senegal miles de jóvenes estallaron de cólera en 2021 contra un Gobierno que usó la justicia para atacar al líder opositor Ousmane Sonko, propiciando desde la calle un giro electoral aplastante. Mozambique, Nigeria, Uganda o Togo han vivido también protestas recientes con el denominador común de sus protagonistas principales, los jóvenes.

Reparación y justicia

“Son revueltas en las que no hay una utopía política”, asegura Abdourahmane Seck, antropólogo e historiador senegalés, “los jóvenes no piden democracia, sino reparación y justicia”. A su juicio, es necesario bucear hasta el pasado colonial para encontrar las respuestas, cuando las antiguas metrópolis europeas y las élites africanas acordaron mantener estrechos lazos tras las independencias y se apoyó a dictaduras y regímenes autoritarios.

“Después, la supuesta democratización de los años 90 no trajo dignidad ni bienestar, mucha gente siente que se han burlado de ellos”, continúa Seck. “Ahora, nuestras sociedades han producido una generación que no se ha alimentado del mismo biberón: se comunican por redes sociales, se exponen públicamente, hablan otros lenguajes. Y tienen sus propios productores intelectuales. No es algo puntual, sino estructural. Continuará y harán saltar todos los diques y barreras”.

Y es que entender el impacto de esta generación pasa primero por comprender su peso demográfico: el 60% de la población africana tiene menos de 25 años. No vivieron el sueño de la liberación anticolonial ni la esperanza de la democracia. Crecieron con un teléfono móvil en la mano a través del que se relacionan con el mundo. Ven, en sus pantallas, otros mundos posibles. Piden una sanidad que les atienda, una educación con una calidad mínima y conseguir un empleo con un sueldo en condiciones.

En Malí, el detonante de las revueltas, que tumbaron al presidente Keita en 2020, fue un vídeo viral de su hijo festejando en un yate; en Marruecos, la muerte de una decena de mujeres en un hospital por un anestésico en mal estado; en Madagascar, los cortes de luz y de agua.

Estos son los acontecimientos puntuales, pero el malestar es profundo. “Pese a los contextos diferentes de un país a otro, el fondo es el mismo: un hondo rechazo de las prácticas políticas dominantes y una desilusión frente a sus dirigentes, percibidos por algunos como demasiado próximos de los intereses occidentales. Para muchos jóvenes africanos, la lucha política y social sigue siendo un fantasma colectivo alimentado a la vez por la herencia de grandes figuras de la independencias (…) y por la desilusión frente a la realidad contemporánea y las promesas no cumplidas”, asegura Bah Traoré, responsable de investigación del centro de estudios Wathi.

Los viejos regímenes africanos, con dirigentes que llevan 20, 30 ó 40 años en el poder, muestran signos de agotamiento pero se resisten a morir y lo hacen con gran violencia. En Tanzania aún cuentan sus muertos y desaparecidos y en Kenia han aparecido fosas comunes. “No tenemos miedo”, reflexiona la joven Awa Agbessi, de 24 años, por teléfono desde Togo, donde esta generación lidera las protestas contra el clan Eyadema, que se alzó con el control de los resortes del Estado en 1967 hasta hoy en día. “Nos gasean, nos golpean, nos impiden manifestarnos. Pero estamos determinados a cambiar las cosas y que nuestro país avance. Los políticos solo piensan en sus bolsillos, nosotros creemos en el futuro”, dice con solemnidad. Las mujeres, cada vez más formadas, están desempeñando un papel decisivo en estos movimientos. “La Generación Z no ha hecho más que asomar la cabeza”, remacha.

Una multitud acompaña los restos mortales de Safidy Rakooarisoa, fallecido durante las protestas en Madagascar, el 13 de octubre en Antananarivo.Siphiwe Sibeko (Reuters)

Decepcionados por sus dirigentes, a quienes acusan de corrupción generalizada, nepotismo y sumisión frente a Occidente, se lanzan a las redes o a las calles y se autoproclaman sin miedo panafricanistas, anticolonialistas, soberanistas o anticapitalistas. En el Sahel o en Guinea-Conakry, juntas militares que supieron leer el signo de los tiempos se alzaron con el poder aupados por estos jóvenes.

El capitán Ibrahim Traoré, el joven líder de Burkina Faso (34 años), ha suspendido toda actividad política y encarcela a quienes osan alzar la voz contra su régimen militar, pero se ha convertido en el gran referente para miles de jóvenes gracias a feroces campaña de propaganda allí donde se nutren los nuevos contestatarios, en las redes sociales. Sus vídeos en los que, vestido con su eterno uniforme caqui de campaña, rompe los lazos con Francia, estrecha la mano a Vladímir Putin y lidera a las huestes africanas contra Occidente se viralizan como la pólvora.

Frente a la retirada forzada de Europa y de Estados Unidos del territorio y del imaginario, otras potencias y países toman el relevo como aliados económicos, en materia de seguridad o incluso referentes culturales. En un reciente artículo publicado en el boletín del Instituto Fundamental de África Negra lo expresaba así el profesor Seck. “Esta guerra combinada de soberanía y de clases demuestra que no son solo los estados quienes están reposicionando a África de manera diferente en el mapa de las relaciones internacionales, sino que son sobre todo las poblaciones mismas quienes, a través de la migración, incluso irregular, y también mediante demandas alternativas de bienes culturales y materiales, están reconfigurando los vínculos del continente con el resto del mundo. (...) Esta tendencia no excluye a Rusia, que, a pesar de sus esfuerzos cada vez más precisos por influir en la opinión pública y la intelectualidad africanas, sigue estando bastante limitada a un enfoque bilateral centrado en una cooperación militar y de seguridad opaca”.

Unos manifestantes mueven el cuerpo de una persona muerta durante las protestas antigubernamentales, en Namanga (Tanzania), el 30 de octubre.Thomas Mukoya (REUTERS

miércoles, 22 de octubre de 2025

En la Puerta del Sol de Madrid el Gobierno de la Nación crea un lugar de Memoria Democrática: La Dirección General de Seguridad de la dictadura

En el Boletín Oficial del Estado de hoy se publica el Acuerdo de 20 de octubre de 2025, de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, por el que se declara Lugar de Memoria Democrática «La extinta Dirección General de Seguridad franquista que tuvo su sede en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, en Madrid».

La Dirección General de Seguridad (DGS) en Madrid desempeñó un papel central en la represión política y social durante varias etapas de la historia contemporánea de España, especialmente durante la dictadura franquista. Este edificio, ubicado en la Puerta del Sol y actual sede de la Comunidad de Madrid, se convirtió en un símbolo de la represión del régimen franquista, donde miles de personas fueron detenidas, interrogadas y sometidas a tortura por motivos políticos e ideológicos

https://boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2025-21288

Hace cinco años publiqué un artículo en este blog sobre este asunto y reivindicaba dicho espacio como Lugar de Memoria democrática. 

https://roblesamarillos.blogspot.com/2020/10/en-la-puerta-del-sol-de-madrid-falta.html?m=1

Hoy me siento agradecido después de haber leído el BOE: es de justicia reconocer a las víctimas. Gracias al Gobierno de la Nación, que ha convertido en oficial lo que era una demanda social. Hoy no es día de venganza ni de victoria; es día de reconocimiento y de recuerdo.

Aquí va el proyecto de placa que en su día hice. Vaya en memoria de todos los perseguidos por el régimen dictatorial que gobernó España entre 1939 y 1977.



El Gobierno de la Comunidad de Madrid se opone a que la antigua DGS  sea un Lugar de Memoria:

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Carolina; verano y sol (2025)

     

Han pasado cuatro años y ahora, cuando va terminando el verano, podría escribir sobre ti, Carolina, el mismo artículo de 2021. Cambian un poco los juguetes, las actividades y las canciones, pero, en esencia, todo sigue igual. Por eso traigo aquí aquel artículo, me gusta leerlo de nuevo y ver que el torbellino de tu vitalidad sigue siendo inagotable. Este ha sido el verano en el que te has divertido en la piscina, haciendo largos y llegando hasta el fondo. También el verano de Formigal y de Caparica. El verano de las estrellas desde la sierra del Santo. El del teatro de La Celestina y el de la canción El himno de mi peña. Y, sobre todo, el verano en el que vino a tu vida Cleo, la gatita blanca con manchas negras.  Besitos, Carol.





                                          
                                                                  (Fotos primera y última: ARdA)

2 de septiembre de 2021

Llegas con la fuerza y la alegría de un tiempo de verano por delante, a tu ritmo y en el pueblo, ocupando todo el tiempo y el espacio mientras nosotros aplazamos nuestras rutinas para atenderte.

Tú, Carolina, la niña de los abrazos largos en el regazo de tu abuela al levantarte, la de los dibujos animados, los paseos, los regalos, las comidas compartidas, los juguetes, los baños en la piscina de la herrén, los horarios alargados, las terrazas por la noche, el merendero de Beni, la paella en Las Becerras y el tobogán y la piscina de agua fría, las siestas en el sofá rojo, con dibujos animados de Masha y sus cuentos.

Tú, Carolina, la niña de los recortes de las revistas, la de las pegatinas, el coloreado, la bañera y tu resistencia al secador, los vestidos y otras ropas elegidos cada día a tu gusto, las mañanas animosas y las tardes lentas y larguísimas, las buenasnoches de la abuela con cuento dentro, el columpio de los mayores en el parque, el tobogán y la atracción nueva, las visitas a la tienda de Any y a la de Marisol, los paseos por el mercadillo los jueves, las visitas a la tienda de los chinos, los paseos con Pipo, la nueva muñeca de Barbie, la jaula de los pájaros cantores, la carroza de los príncipes, las revistas, la cocinilla, las cajas y los libros de la troje, las bolas, los cuadernos, los trajecitos, los juguetes.

Tú, Carolina, la niña cuya tristeza alguna vez asomaba, las peleas con el abuelo, el hablar y hablar y hablar, la alegría resuelta y mantenida, el violonchelo, el piano, las canciones repetidas, Verano y sol, La playa estaba desierta, Para ser conductor de primera, tus explicaciones sobre el ritmo sincopado de Antón Pirulero, el no parar, la casa llena de revistas, de libros, de lápices, de rotuladores, de trastos, de palabras, todo lleno, todo lleno de cosas, de ti, el silencio de la noche y la pausa hasta el día siguiente.

Y un día viene tu madre al pueblo, hace la maleta, te montas en el coche, te despides y regresas con ella a Lisboa, os quiero mucho, abuelos, mis amores, nos dices, mientras te asoman unas lagrimitas, nos coges de la mano, adiós abuelo, adiós abuela, y el coche se pierde por la calle de Olivares.

Todavía con los ojos húmedos vamos recogiendo la piscina, los juguetes, las revistas, los libros, los cuadernos y las muñecas,  colocamos todo en la troje, reorganizamos las habitaciones, la cocina, el porche, el pasillo, el patio, todo vuelve a su  rutina, la casa vuelve a estar en nuestro silencio, recuperamos con ganas nuestra vida diaria y, a la vez, te añoramos, nos sentimos bien y, a la vez, te echamos de menos, apreciamos más nuestro silencio, pero hay un sinfín de palabras tuyas por toda la casa.

Hasta pronto Carolina, besitos, verano y sol que se acaba, Antón Pirulero que seguirás cantando sincopado, como te gusta, animoso y vivaz, hasta pronto, Carolina, besitos de tus amores, tus abuelos.

 Antón, Antón, 

Antón Pirulero,

cada cual, cada cual, 

que atienda su juego,

y el que no lo atienda, 

pagará una prenda.

Antón, Antón…

                                                                             

 Jesús Bermejo

Los Navalmorales, 2 de septiembre de 2021

                        


               















martes, 26 de agosto de 2025

Puertas y ventanas de Los Navalmorales

Hay días del otoño en los que, de buena mañana, paseas sin prisas por el pueblo y te fijas en las viejas y en las nuevas construcciones. Vas así dándote cuenta del grado de conservación de la vivienda tradicional. Contemplas casas de uno o dos pisos, con muros de piedra y tapiales anchos, densos y maternales, y puertas y ventanas distribuidas con armonía y gran belleza rítmica, sólo afeada por cables de todo tipo que las asedian sin pudor. 

Casas que son señales de una forma de concebir la existencia, con portales, alcobas y cocinas en la planta baja, cerca del patio, alrededor del cual gira la vida doméstica. Miras con parsimonia las puertas de madera, ese don de la naturaleza que, de forma implacable, va siendo sustituido por el hierro o el aluminio. Las ves en casas humildes y nobles, en herrenes y corrales. Y te emocionas ante algunas que, de puro viejas, pareciera que fueran a venirse abajo, pero resisten gracias a la nobleza de su factura y a las manos de sus dueños.

Sin prisas, te paras ante esas ventanas, unas sencillas, otras primorosamente enrejadas, que agilizan las paredes y abren huecos sabiamente orientados. Te encaramas a los lugares más insospechados y contemplas esos tejados que perfilan perspectivas desconocidas y conservan las tejas viejas, esas tejas que preservan del calor y cobijan del frío mejor que muchos materiales nuevos. 

Subes a la Sierra del Santo y observas el verde de los patios y el rojo de los tejados. Y la torre, fina y majestuosa, destacando por su lozanía y por ser referencia obligada para señalar todo.

Al terminar tu paseo, entras en la taberna y bebes una cerveza a la salud de los que mantienen las casas tradicionales, las remozan y las renuevan. Saben que así están disfrutando de la sabiduría de sus antepasados. 

Jesús Bermejo 

Otoño de 2001


          


       

        

lunes, 25 de agosto de 2025

Gregoria

En el verano de 2000 escribí un cuento inspirado en Gregoria, una señora de 87 años a la que conocí cuando la Mesa de Trabajo por Los Navalmorales publicó un libro de poesía suyo titulado Desde mi casita vieja. Este cuento lo subí al blog en 2011. Hoy, al acordarme de Gregoria, lo traigo de nuevo aquí, veinticinco años después, en su memoria.  



Al tocar el timbre, leo un papel pillado con el marco de la puerta: “Estoy en casa, llámame por la huerta”. Me acerco y, por una rendija de la puerta falsa, veo a Gregoria entre flores y árboles, repartiendo el agua con su surtidor como una diosa griega.

—¡Gregoriaaa!— No contesta. Insisto. Al poco rato, sale a mi encuentro, mañanera y sonriente.

—Te estaba esperando, aquí, entre los tomates y las calabazas. Todavía no me he puesto el aparato, hasta mediodía voy sin él, por eso no te oía.

Viste un blusón de color negro, ancho y fresco, que luce un pavo real destacando en la negrura. Lleva el pelo recogido bajo una gorra de béisbol de visera amarilla, y los pies calzados con unas zapatillas de deporte blancas.

Ya ves, en pleno verano y con calcetines de lana, así me duele menos la pierna.

Gregoria tiene 87 años, varios hijos y nietos, dos perros, un gato y una casa de pueblo, con un patio alegre y fresco y una huerta verde al lado. En cuanto apunta la primavera, deja la ciudad y se viene a vivir a su aire hasta que llegan las primeras heladas. Aquí cuida de sus plantas y de sus animales, come lo que le gusta, habla con quienes la visitan y escribe cuando le llega la inspiración.

La casa es su vivo retrato. La hicieron entre ella y su marido, y aún se ve la ilusión sembrada en los rincones. Entras en el portal y te transportas a su edad joven, los baldosines de los cincuenta, las paredes jalbegadas, las puertas de gris, los cuartones sujetando el techo de ladrillos rojos... Es una casa de jornaleros.

—Al salir de la cárcel, a mi marido, pobrecito mío, estaba ensangrentado como el Señor en la pasión cuando fui a verlo donde la Catalana, solo le daba jornales el abuelo de tu mujer. Pero aquello no bastaba, así que tuvimos que irnos a Madrid. Allí pasé veinte años, los mejores de mi vida, cuidando a una señora inválida. Hasta que murió y decidimos volvernos al pueblo.

Avanzas por el portal y surge, a la derecha, la alcoba: una cama grande, una mesilla de noche y una cortina blanca que protege la intimidad del descanso. Al lado de la ventana, una mesa redonda, un sillón mullido y unos cuantos cuadernos recogen su imaginación y la convierten en poesía.

En el cuarto de enfrente, ves una chimenea y dos sofás, en los que Gregoria pasa buenos ratos descansando, atizando la lumbre, viendo la televisión o leyendo. Unas anillas, que penden del techo, le permiten hacer frente a los chasquidos de las articulaciones y mantener su pierna en buen estado.

La cocina es un remanso de libertad. La única regla consiste en comer cuando hay hambre, cosas sanas, un poco de todo, que todo es bueno.

—Estuve diez años tomando sólo verde, nada de carne ni pescado, pero ahora como lo que quiero.

Al lado de la cocina, el jardín, una fuerza de misterio que ella cuida con primor: rosas, jazmines, petunias, claveles, geranios, lirios, gladiolos... El pozo, que trae agua de lo profundo mediante un sistema ingenioso, le permite regar durante toda la mañana. Recluidos en la leñera, mientras dure mi visita, los perros quedan atrás.

Gregoria me hace pasar a la huerta y me enseña su peral, su manzano, —se cae la fruta porque este año no he fumigado— el albaricoquero, las calabazas de cabello de ángel, los tomates, los pimientos, las cebollas...

—Antes cogía todos los albaricoques, ninguno se pudría. Al levantarme, iba al árbol y comía hasta que no podía más, me gustaban mucho. Ahora, sólo dos o tres. Ya nadie los quiere, ayer los varearon para los cerdos, aún no han venido por ellos. Al final, ya verás, abriré un hoyo y los enterraré, yo ya no estoy para llevarlos al contenedor.

Se agacha y arranca una planta para que la siembre en mi jardín, dice que da unas flores azules muy bonitas y que apenas hay que cuidarla.

—Hasta hace poco, todo esto lo tenía sembrado y limpio, no había ningún hierbajo. Ahora, aquí me ves, sufrida en el azadón, que es ya más bastón que herramienta. Me tendrán que enterrar con él.

Ya en el frescor del portal, Gregoria me cuenta cosas de su vida, penalidades y alegrías, que de todo ha habido.

—Una vez me dijo un médico: “Señora, lo que tiene que hacer usted es olvidarse de las cosas malas y acordarse sólo de las buenas. Es como mejor se vive”. Yo creo que tenía razón aquel doctor, pero es imposible llevarlo a cabo. 

Gregoria disfruta con la casa y con la huerta, con el jardín y con su imaginación. El año pasado le publicaron Desde mi casita vieja, un libro que recoge sus mejores poesías y que, claro está, se sabe de memoria.

—Yo disfruté mucho aquellos días, mucho. Me decía la gente: “Vamos, mujer, a tu edad, vas y escribes un libro”.

Gregoria me dice que este invierno ha estado escribiendo cuentos.

—De niña, mi madre me entretenía con algunos, por ejemplo, el de la cigarra y la hormiga. Yo los arreglo a mi manera, doy nombre a los personajes y me invento cosas— dice con picardía ladeando la visera de su gorra.

Sentada en su silla, mientras habla relajada y contenta, me fijo en su mirada y en sus manos, en su voz y en su apariencia, una sinfonía de atrevimientos tan libre y personal como cuando sale a la calle, con su moño alto, su blusa de encaje y su pantalón negro.

—Ya no puedo andar mucho, me falla la pierna. Al ir a algún recado, a veces me tengo que volver desde la plaza, porque no puedo más. Estoy torpe, me canso mucho cuando salgo.

—Ya quisiera mucha gente agacharse como tú lo hacías hace un rato— le digo.

—A mí eso no me cuesta trabajo, lo he hecho toda la vida, y además me viene bien para las piernas.

Me habla de la Residencia, y de cómo una monja que en ella trabaja le comentó que tenía que ingresar pronto, que allí estaría mejor atendida.

—Sí, le dije, pero si yo me levanto hoy con gana de comer pimientos fritos, voy a la huerta, los corto, los frío y me los como. En la Residencia me aviarían con un vaso de leche y unas galletas, velahí la diferencia.

Después de un buen rato conversando, me despido de Gregoria y la invito a ir a mi casa. Ella se sumerge en la soledad de la suya, como hacemos todos cuando, cerradas las puertas y calladas las voces, seguimos conviviendo con nosotros mismos”.

                 

 

 

 

miércoles, 30 de julio de 2025

El renacer de la higuera y el árbol del amor después de una poda radical



 

Hoy le envié a mi amigo Juan Pablo un mensaje por wassap y unas fotos. Un buen rato estuvimos de cháchara sobre los árboles podados en diciembre:

Jesús:

“Al venir del bar Avenida, se ven en tu calle los árboles que podaron en invierno, con muchas ramas y un verdor desatado. Y aquí, en casa, también ese verdor desatado, tras meses de tristeza por la poda a la que fueron sometidos la higuera y el árbol del amor”.

 

Juan Pablo: 

“¡Ha sido fertilizador!  ¡Qué vigor y qué alegría en esas ramas brotadas! ¡Enhiestas hacia el cielo! ¡Exuberante!”

 

Jesús:

“Bien creí, por momentos, que me los había cargado. Tú me animabas...Yo, con ironía, os decía que me abrazaba al tronco de la higuera como para darle fuerzas...”

 

Juan Pablo:

“Lo recuerdo. Pero siento decirte que tus afectos no fueron causa de su esplendor sino resultado de la insensible poda radical”.

 

Jesús:

“Esa insensible posa radical fue la causa de mis abrazos, como disculpa y descargo...” 

 

Juan Pablo:

¡Renacieron de sus esqueletos!