lunes, 17 de enero de 2011

Invierno en mi pueblo




Apenas hay gente en mi pueblo durante el invierno, sólo unas veinte casas abiertas. He venido a recibir el milenio aquí, en mi tierra. Con cinco grados bajo cero, abrigado y con botas de goma, salí esta tarde a pasear por las calles solitarias y blancas. En mi deambular sólo me encontré con tres vecinos, que me miraban, primero inquietos, y luego, al reconocerme, asombrados, mientras me decían: ¿A dónde vas con este frío? Les di algo de palique y luego seguí mi camino, convencido de lo mucho que había que mirar.

El agua diamantina y pura.
El viento frío del invierno.
La nieve helada.
El sol poniéndose en la sierra.
Los gatos de misterio al anochecer.
El reloj de la torre, que por fin sonaba
después de veinte años.

El pueblo en invierno,
libre, eterno,
siguiendo el curso del tiempo,
impasible, vivo,
transparente y ajeno a mis reclamos,
esperando, puro, impasible a mi presencia,
apenas necesitándome para seguir viviendo.
    

El agua

Agua por todos los lados,
remansada, desbordada,
limpia y helada, cortante,
colmando las regaderas
hechas para represar
en verano los arroyos.

Agua junto a alisos blancos,
Verde, intensa, libre, fértil,
viajando, sola, hacia el río,
hacia el mar,
ajena al vacío de las casas,
e impasible al cierre de las puertas.

Aguas libres, juguetonas,
represadas, mas sin uso,
aguas que ya nadie tapa
para los prados, risueñas,
que regatean sin prisas
o se despeñan a gusto.


Alisos y puente

Los alisos, limpios de hoja,
erguidos en el tiempo,
junto al agua niña
que al puente llega.

¿Dónde estuviste, molino
que al puente nombras?
¿Quién de nosotros sabe
el porqué de su nombre?

¡Cuántos secretos al oído
en el pretil del puente!
¡Cuántos secretos,
mientras el agua corre
y el día pasa lento!


Puente del Molino

Sí, tú, puente del Molino,
con tus dos ojos de enamorado,
resistiéndote al tiempo,
y oyendo, impasible, el agua.

Un paredero maestro
nos dejó en ti su herencia,
toda su sabiduría.

Esos ojos grandes
que dan cobijo
a toda el agua del mundo,
dicen de ti y de quien te hizo
lecciones de ciencia y de progreso.

¿Cuánto llevas en pie, amigo puente?
¿Cuánto, dime,
cuánto llevas en pie, amigo puente?


Bocín y musgo

Mirad el aliso caído,
el bocín sabiamente emparedado,
el musgo del pretil
la piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el olor húmedo
y el viento azotando,
el ruido del agua
del invierno exagerado.

¡Es la vida,
ajena al árbol quebrado,
la que corre bajo el bocín,
la que se filtra entre los árboles,
la que vive en el verdín
de un puente solitario!

La piedra, el agua, el árbol,
el verde de la hierba,
el azul pálido,
el olor húmedo,
el ruido del agua,
el viento azotando,
la vida que bulle
debajo del invierno exagerado.






Casas de vacas

Estas casas de piedra
para el ganado,
las puertas de madera,
la hechura del tejado,
orientadas al este,
¡Cuánto saber nos muestran del pasado!

Y esos chapatales
que guardan aún
el olor  de las boñigas
y los orines de siglos,
me arrastran como la niebla,
muy alto, hacia la cumbre
del saber que heredaron mis paisanos.


El machón

¿Os habéis fijado alguna vez
en la maestría de este pilar de piedra?
¿Habéis visto alguna vez
combinación más limpia
para la sujeción de tejados?

El machón, humilde y blanco,
de apariencia primitiva,
nos deja ver la pared, y hasta el tejado
parece obedecer
a la belleza aérea de esta piedra.

¿Habéis reparado en el hastialillo
que resguarda del hostigo?
¿Os habéis sentado en esa lancha en verano?

¿Quién sabía tanto
que hizo este milagro de piedra?
Sombra, resguardo, gracia,
belleza, sí, y eficacia.


El Regajillo

Piedra, teja, madera,
tierra, nieve, soledad.

Ventanas cerradas
y cielo blanco.

Brama una vaca despacio
y su becerro responde vivo.

Son sorpresas en el silencio.
Sorpresas de una tarde
de invierno desolado.


Linda

Mi perra Linda
me acompaña,
y trota,
y se mete en el agua,
y tirita de frío,
y corre,
corre gustosa,
y disfruta
de este día de nieve,
de este día de campo.

Y salta
del agua al barro,
de un lado a otro,
del puente al prado.


Abuelo y abuela

La casa de abuelo Manolo
junto al Corral del Payo,
y el poyo fresco y umbrío
de las mañanas del verano.

¡Qué tránsito de cabras al amanecer!
¡Y qué silencios de nieve en esta tarde!

Abuelo Manolo,
abuela María,
vivían aquí,
aquí vivían.

Abuelo y sombrero.
Abuela María
iba a la Juyuela
por el agua fría,
por el agua sana
ella que se iba.

Y se fue. Y abuelo
su magín perdía
y al Corral del Payo
apenas salía.
Caminar despacio
rezando solía,
y bajo el sombrero
su vida bullía.


El Corral del Payo

El Corral del Payo,
el hastial tan grande,
tan solo el ventano.

La Sierra lejana
y el silencio ufano.

¿Oigo a tío Cantares cantar?
¿Estará tío Cantares cantando?


La vecindad de tío Alfonsín

La vecindad de tío Alfonsín,
junto al Corral del Payo,
persianas echadas, postigos cerrados.

Me quedo quieto oyendo
el fragor del viento
el traqueteo de cables y tejados.

Y pienso en mis paisanos
de Madrid, de Barcelona,
de Llodio, de Bilbao,
que tuvieron que irse del pueblo,
tan bello, pero tan pobre,
tan puro, pero tan ácimo.

Cuando la tierra no da para vivir
los ojos con hambre no ven la belleza,
se disparan hacia el pan del futuro.


Resistencia

Esa casa que se niega
a venirse abajo
teja a teja,
tajo a tajo.

O esa otra humilde,
mas de dintel alisado,
umbral severo
y contrafuerte ufano,
se resiste a morir,
con su gatera,
su portón
y sus clavos.


Camino del Barrio

Camino del Barrio,
junto a las Erillas,
ese camino que tanto he andado,
de chico, de grande,
en bici, en carro,
en brazos de padre.
(¡Qué foto! ¡Qué guapo!
¡Qué bien trajeado!)

Camino del Barrio
con la Escuela al fondo,
la escuela de antaño,
bancos de madera
y tres ventanales
mirando hacia el este.


Desde mi ventana

Cuando desperté
subí la persiana
y vi todo blanco.
La Peña del Cuervo,
Robles Amarillos,
las huertas, los prados,
la teña, el tejado
y los chopos largos.

Vi la gracia aérea
del tejado viejo,
de las viejas piedras,
sujetando el borde
como centinelas.

Vi la sierra, el cielo,
la nieve y la niebla,
la piedra y el chopo
y la teja vieja.


Las fuentes

Fuentes de mi pueblo,
fuentes cantarinas,
frescas en verano
y en invierno tibias.

Juegos y risas de niños,
agasajo de viajeros,
consuelo de caminantes
y botijos tempraneros,
testigos mudos y sabios
de labios secos, sedientos.

Fuentes de aguas claras,
de pilones siempre llenos
y caños que siempre manan.


Las Escuelas

Siguen llamándote Las Escuelas
pero tu patio está mudo
y tus paredes no cobijan ya lecciones.

Donde ahora veo un chato edificio
de espesura y sabor municipal
estuviste tú, noble casa ingeniosa,
que albergabas las escuelas del pueblo
y palpitabas en los recreos
con los juegos de muchachos y muchachas.

Entre tus gruesos muros protectores,
con la luz de tus amplios ventanales
y los rayos de sol,
que inundaban la clase
de rincón a rincón,
aprendimos la magia de las letras,
a sumar y a restar,
a pintar y  a cantar,
a salir en fila,
a colocar el gorro
y el abrigo en la percha,
a aburrirnos y a dormitar.

¡Ah, doña Mari, nos quería tanto!



Cuatro momentos

La Sierra de La Majaíllas,
vista desde el balcón de casa.
Un grumo de calostros
parece calentar el sol
al resbalar la luz
en la teta helada de su cima.

***
La Cuerda, al fondo,
y Robles Amarillos, blanca,
y un tejado nuevo y firme,
cerca de la calle Abajo,
erguido entre otros ruinosos
y testigo joven de lo renovado.

***
Mirad desde la Varacolcha,
un contraste de luz y sombras.
Paredes, árboles desnudos,
y, de repente,  la luz de un sol fugaz.

***
La sierra de Béjar y La Urralea
al fondo, muy lejos.
Un bosque de postes de cemento,
puestos al buen tuntún
en el barrio de Abajo,
no pueden con la teja vieja
y estos picachos de ímpetu.
¡Tanta es la belleza de esta sierra!


La tejera

Un jardín de espinos
en un montículo
junto a la carretera.
Según voy andando
se forma un sendero
rojo sobre blanco.

Después de cubrir
los tejados del pueblo,
los tejeros se fueron.
La tejera se hundió
y los espinos
gatearon por sus paredes.
Hoy todo lo cubre
un manto de nieve.

Mas, al pararme,
aún puedo oler
el sudor de los tejeros
en su afán por pulir
y modelar el barro.


La casa azul

Donde ahora veo una casa alta
hubo una vez una casa azul.
Y en esa casa azul nací yo
un día de invierno como éste.

La casa azul era una casa
luminosa y pequeña,
azules eran sus frisos,
sus ventanas y sus puertas.

Allí comenzó todo,
allí comencé yo.

La voz, la lengua, la risa,
el miedo y la mirada,
los orines, la almohada,
la caca, la leche agria,
el chorrillo de la fuente,
el llanto en la noche larga,
la voz suave de mi madre,
mi padre que vuelve a casa...

Nada siento al ver ahora
esta casa de tres plantas
levantada en su solar.
Nada siento al verla, nada,

Miento. Al cerrar los ojos
siento el chorrillo de la fuente,
un chorrillo aletargado,
un poquillo atenuado
por la nieve. Cierro los ojos
y veo la casa azul.


El portal del barbero

El portal de tío Paquillo el Barbero,
el dintel intacto, con su número trece,
anticipo de ayes y de miedos,
del zaguán amplio y del sillón grande.

¡Cuántas muelas de los abuelos
quejándose del tirón del barbero!
¡Cuántos flequillos cortados
en el zaguán de la tardes eternas!

El espejo inmenso,
el arsenal de herramientas,
la solemnidad del sillón
y el olor a tabaco de tío Paquillo.

Y su conversación,
entretenida y lánguida,
mientras bailaba la tijera entre los pelos.


Dos rincones

Oíd este rincón virgen de pisadas.
Mirad esa ventana:
piedra, nieve, cielo blanco,
y un espacio que sujeta el viento.

O ese otro de casas vacías,
cerradas a cal y canto.
Mirad al fondo: la oscuridad
retratada como si fuera luz.

Sorpresa por las rodadas
de una bici sobre la nieve.
Sí, claro. Casas cerradas,
pero con gente dentro.


El río

Mirad el río junto al molino.
Sus aguas limpias
acarician la ventisca en la ribera,
y hacen pozas
junto a los sauces y los alisos.

Treinta pasaderas lo cruzan,
invitando a contemplar
la fuerza de su temple.
Un mundo de agua y de piedra
lamiéndose y besándose por siempre.

Río Aravalle, río niño,
río limpio y puro como el aire
candor mineral junto a la hierba blanca,
y sendero de alisos junto al agua.


El reloj de la torre

El reloj, que por fin suena
después de tantos años,
señala el final de mi paseo
en esta tarde fría de invierno.

Está anocheciendo.
ruge el viento.
Hay que volver al brasero
o a la lumbre del bar.

Suena el reloj de la torre,
las seis y cuarto,
y cae un ángelus
sobre mi pueblo plácido,
sin voces de niños
pero con gatos.


Un gato negro

Cerca de la iglesia,
detrás de la torre,
una casa casi derruida
se resiste a acabar en el suelo.

Del cable de la luz aún penden
tres piedras columpiándose en el viento,
escapadas de un cuadro surrealista,
y con la sierra nevada al fondo.

De repente, un gato negro,
el flash y el ojo
que me pregunta atónito:
¿Qué haces tú aquí?
¿Por qué me deslumbras?

Las vacas

Veo algunas vacas camino del pilón,
donde beben mansamente
hasta llenar su enorme barriga.

Vacas que un día fueron trashumantes,
que bajaban en invierno a Extremadura
y en verano subían a la sierra,
a los pastos frescos de los regajos.

Vacas negras, de carnes cotizadas,
que salen al prado en las mañanas
de primavera y otoño,
y que en verano
viven al aire libre del campo,
entre regajos y arroyos,
buscando la sombra fresca,
comiendo la hierba verde.

Y ahora, y siempre,
espantando la mosca,
la pelma mosca
junto al ojo paciente.


El alto del Puerto

El alto del Puerto,
azotado de nieve y de ventisca,
y helado en los pies.
Al fondo, el pantano de Plasencia.
y el sol del Valle del Jerte, otra tierra.

El Valle, que sale en televisión
y comienza a sentir la falacia
de una forma de viajar
sin bajarse del coche ni del ruido.

No deseo para ti
pueblo chico del Aravalle,
un turismo ávido que acabe contigo.
Sería más deseable
un viajero que respete tu voz
y acaricie tu luz y tu paisaje.


Pared y claveles

Mirad esa pared, tantas paredes,
sobre todo en las casas de las vacas,
las menos reconvertidas,
las mejor conservadas.

¿No es una obra de arte
ese entrelazado de piedras amantes?

Aquí tenéis, claveles amarillos,
en pleno frío de febrero,
los narcisos esbeltos
de los padres de Guadalupe.

¡Cuánta belleza en cuánta humildad!
¡Cuánta vida resguardada sabiamente
del viento del invierno!


Final

Os dejo con la estela blanquecina
de mi pueblo pequeño y casi solo,
bullendo de naturaleza y de poesía,
y aletargado de lejanías humanas.

Agua pura, aire gélido,
tierra pobre y fuego lento.

Junto a la chimenea
Manolo nos da de cenar
Somos ocho. Es Carnaval.
Cenar. Hablar. Y cantar.

                           Puerto Castilla,  2001 – 2004



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