lunes, 10 de enero de 2011

Los maratones de mi hermano






29 Abr 2008

Mi hermano y el maratón de Madrid  

Ayer, 27 de abril, más de 13.000 deportistas corrieron el Maratón de Madrid. Entre ellos estaba mi hermano Javi, cuyo tesón se vio recompensado con un puesto extraordinario y un tiempo estupendo.
Era emocionante verlos correr, en una templada mañana de primavera, por las calles vacías de la ciudad. Por unas calles cuyas aceras estaban salpicadas de grupos de personas -amigos, familiares, vecinos, turistas- que animaban a seguir adelante, ganándole kilómetros a la meta, una meta lejana y temida, allá en los verdes jardines de El Retiro.
Javi quedó en el puesto 504, y tardó 3 horas, 8 minutos y 49 segundos en recorrer los 42,195 km. de rigor. El esfuerzo diario, una exhaustiva preparación, un estado de ánimo moderadamente optimista y una cierta dosis de autoironía han sido los mejores ingredientes para esta buena carrera que ha hecho.
Cuando terminó su maratón, y ya recuperado del esfuerzo realizado, se tomó una cerveza mientras lo felicitábamos y nos contaba los pormenores de las tres horas de carrera. Luego tuvo humor para, después de descansar, escribir, con un estilo de marcado carácter irónico, un estupendo relato de su singular mañana, que os ofrezco íntegro a continuación.

¡Aúpa, Javi!
¡Otro maratón más para tu lista!

Ascenso a los infiernos

Lo bueno de las matemáticas es que dan confianza. Pase lo que pase, dos más dos suelen ser cuatro, y esto, quieras que no, viene a ser un buen antídoto contra la incertidumbre. Con el maratón de Madrid ocurre algo parecido, máxime cuando tiene a bien darse una vuelta por la Casa de Campo, ese espacio mítico antaño reservado a los Reyes, hoy morada transitoria de africanas ocupadas en labores mercenarias. Y lo que digo de la campestre casa se lo aplico también al parque del Retiro, tras cuya valla se ha reñido hoy 'la más descomunal batalla que vieron los antiguos tiempos ni esperan ver los venideros', que dijo el manco.

Y es que, te pongas como te pongas, al maratón de Madrid le salen siempre diez km (que hayan de ser siempre los últimos habrá que agradecérselo a los organizadores, tan exquisitos con las exigencias del tráfico rodado) que siembran de cadáveres el asfalto. Dicho de otro modo, Menéndez Pelayo vino a ser esta mañana una franquicia del infierno. Vaya, que, puestos a elegir, casi prefiero una de polinomios. Porque eso de instalar el infierno junto al cielo (la meta, claro), pues como que no se compadece con las teologías, sean del rango que fueren.

Pero es que Madrí es mucha Madrí.

Teologías aparte, el día salió bueno, templadito y algo gris, lo que prometía calorcete, pero no solazo.

Cumplido el ritual del afeitado purificador, y llegado que hube a Recoletos, emotivo encuentro con Equis, Urukbu, Javi-Irún, Teosbardera, PacoJó, Manuel, Muri e Isa, Yudus, Enki, CyT, Fernando e tutti quanti. Ambiente de fiesta y caras radiantes, como el día.

Enseguida salimos y, de memoria, me pongo al ritmo previsto: 4.25. en el km.2 se me une Ripiau, cuya pista había perdido desde San Sebastián. Un alegrón, claro: de ir tirando sólo 42 km a compartir la carrera en tan buena compañía va un abismo. Son ya cuatro maratones juntos, casi siempre al azar, y eso une mucho. Y da confianza.

Con el recuerdo donostiarra inscrito en las patas, nos ponemos a 4.15, una vez coronada la plaza de Castilla, y a ese ritmo tiraremos ya de memoria hasta el km. 22. Es la parte bonancible de la carrera: trazado favorable, toda la energía intacta y mucha-mucha animación: en Cuatro Caminos, en Filipinas, en Bilbao, en Sol (¡qué potencia de tambores!). Mientras, hemos ido a la familia (las respectivas-chicas, los hermanos, cuñados y cuñadas, los padres de Ripiau), que nos han ido prestando las vituallas para aguantar el trance.

Y entre los dulzores de este largo tramo, la energía de Carros de Fuego, gentileza de Guille) y los ánimos de tantos amigos (Nervios y Maituki, Mecenas, Qnk y su grupo, Porfirio y Ana, Sonia y Benigno, y los que olvido, con esta cabeza de alcornoque), cuyo impagable apoyo pone alas en las suelas.

Dicho lo cual, y una vez traspuesta la glorieta de San Vicente, hétenos aquí la barranquera municipal, indigno preludio, portal infame y grotesco frontispicio de la bucólica Casa de Campo. Aquello semejaba más un invernal cross que un maratón sobre asfalto. Y para más INRI, se me despertó la liebre: quiere decirse que mi querido flexor, que tan calladito había estado, se puso a pedir árnica entre las torrenteras aludidas.

Pues menudo plan. La perspectiva de 20 km. con el pie a rastras, moraíto de martirio, como que me descolocó. Esperaba yo noticias del pie allá por el km.28, ¡pero tan pronto! Fuera por ese motivo, o quizá por el semi-parón de dos semanas a cuenta del dolorcillo podal (más la consiguiente supresión de series el último mes, por aquello de no acabar de estropearlo todo), el caso es que la que iba a ser triunfal entrada en el campestre recinto vino a quedar en antesala de los dominios de Pedro Botero. 'Infernillo tenemos, señoría', he querido mascullar entre dientes, más que nada por ver si a base de sarcasmos entretenía el calvario.

'Ni modo', que diría Zapata. 'Para mí que las vamos a pasar de a kilo'. 'Pues paciencia y barajar', para responder al quijotesco modo. Y mira que tendría que haberlo sabido. De hecho lo sabía: si mismamente el domingo pasado hicimos 16 km. siguiendo el mismo camino, y los números no mentían. Íbamos Galerna, Juanagus, Matraco y servidor el día 20 de abril (y no del 90 ni fumando celtas sino hace una semana), y, aunque parezca mentira, no éramos capaces de bajar de 4.40 (con el pulso alborotao) por el paseo de los Castaños. Pegaba el viento, bien es verdad, pero estábamos a diez grados, vaya lo uno por lo otro.

Y sin embargo, en mis cálculos había previsto hacer ese tramo a 4.25. ¿Basado en qué criterios? Pues en los de la zoquetería mayúscula, porque otra cosa... Y ése ha sido mi error este año (el pasado fue en Arturo Soria, y el que viene en cualquier sitio: siempre hay un error en este negocio, cuyo precio suele ser casi siempre alto). Así pues, se me ha venido abajo el cielo y he llegado a temerme lo peor: 'Si en el km. 24 pierdo 15 seg. por km, la que me espera es buena, si a la pájara le sumo el dolor del pie, que necesariamente tendrá que ir a más'.

Iba yo centrado en estos alegres, estimulantes y positivos pensamientos, cuando en lo alto de un cerrete he querido vislumbrar la silueta de dos mercenarias del amor, ya de retirada, absortas y divertidas en la contemplación del reguero de corredores que a sus pies iban avanzando en desordenada fila. La bucólica escena me ha reconciliado con la condición humana, más exactamente con mi propia estupidez, y como que me he ido olvidando de mi error (que no era un error matemático sino pura obcecación) y me he dispuesto a recomponer la situación lo mejor posible, dadas las circunstancias.

En dos palabras, me he reñido una buena riña (yo mismo a mí mismo) y he ido saliendo del pasmo en que me hallaba. A todo esto, Ripiau se iba descolgando, cosa natural, habida cuenta de los palizones que se ha dado en el trabajo últimamente (ayer plegó a la una de la mañana, que dirían en Marnresa, y eso pasa factura). De modo que, llegados al km. 27, me he visto de pronto más solo que la una. 'Así es el maratón, majete', me he dicho, 'al final te lo juegas tú solo, y nadie te va a sacar las castañas del fuego'.

Pero no estoy dispuesto a caer de nuevo en esa trampa de la autocompasión. Pasamos el MP (los jueves de verano ya a las puertas) con el viento a favor, e incluso la subida del Lago se me hace liviana. Estoy recuperado.

Entramos en las fase más difusa de la carrera: poco ambiente, calles solitarias, muro al acecho... Afortunadamente, voy bien hidratado, he tomado un par de geles en el momento justo, el Calderón está ahí mismo, incluso el Rodilla donde suelo ir a comprar sangüis? con estas y otras triquiñuelas, a lo tonto modorro, me he plantado en el km. 35, sin mayores agobios. A estas alturas ya sé que no voy a mejorar mi marca en Madrid, pero tampoco era el objetivo hoy. Si caía, pues encantado. Pero no entraba en mis cálculos, de modo que ese asunto no me afecta. Ahora voy bien, y quiero acabar así.

Además, empiezo a pasar corredores que he tenido delante toda la carrera, y eso quieras que no te acelera, por más que sea una maldad; pero no todo va a ser buen rollito, que aquí se viene a sufrir.

Mi temor ahora es quedarme solo, correr sin referencia, justo cuando se avecina lo peor. Unos treinta metros delante llevo una muy buena: un alemán (que lo mismo es de Linares, vaya usted a saber), que tiene pinta de llamarse Helmut, alto y fibroso, que he tenido siempre cerca desde el km. 7. Su zancada es sólida, eficaz y muy económica, gasta lo justo, apenas bracea, corre erguido pero relajado, ¿no se descompone nunca? Todo un lujo para ponerse a su rueda, si pudiera. Pero se me va. Irremisiblemente. Y me quedo a ciegas en el km. 36, a puntito de llegar al infierno.

Es en esos momentos cuando conviene no descomponerse en un maratón. Hay que acoplarse a la realidad, ajustarse a tus opciones y ser flexible. Me ha costado muchos disgustos en carrera, pero creo haberlo aprendido: en maratón hay que ser flexible, ningún plan es sagrado, hay que leer la carrera metro a metro, si lo que pretendes es conseguir lo máximo. Y lo máximo se mide siempre en segundos. Pero un esfuerzo inadecuado, que puede darte ahora diez segundos, te puede acabar quitando tres minutos si no has sabido interpretar las señales.

Y esa es la gracia del maratón: en el km. 36 calibrando las opciones, sopesando las circunstancias para decidir si sigues tu referencia de carrera (el alemán citado) o te aquilatas a tu estado general y esperas a ver qué pasa.

Decido esperar, y acierto. En ese momento me pasa un grupo de cuatro que avanza a un ritmo seguro, constante y no demasiado alto para mí. Durante los próximos km van a ser mi particular 'banda de los cuatro' (Deng Xiao Ping me perdone, allá donde se encuentre). Me pego descaradamente a su espalda, sin importarme que me miren como a un intruso. Pero oye, aquí nadie es dueño del asfalto, y cada uno hace lo que puede. Así pasamos Ferrocarril y nos plantamos en Méndez Álvaro, cuya cuesta me conozco de memoria. Ahora no me voy a despistar, sé muy bien que debo ir a 4.45, y ése es el ritmo de los cuatro, con lo cual me doy por satisfecho.

Atocha está ahí mismo, y enseguida Mª Cristina. El cuarteto se descompone, pierde dos unidades, y veinte metros después paso a los otros dos. Ya sólo pienso en aguantar lo que queda sin descomponerme, así que enfilo M.Pelayo como si me fuera la vida en ello. El reguero de corredores andando es fantasmagórico, pero eso es algo que tengo claro: nunca he hecho un solo metro andando en maratón, y hoy no va a ser la primera vez, por descontado.

Pasado la iglesia del Niño Jesús, surge por la izquierda la figura amigable de Malagueta, y me calienta los cascos de tal modo que pego un cambio de ritmo evidente, así que pasamos el 41 a buena marcha. Tanto que de pronto de me dibuja ahí mismo la sombra de mi viejo Helmut. Decido cazarlo, pero sin asfixiarme, paso a paso. Malagueta me lleva en volandas (gracias, tío, y le dices a Soy Maratoniano que va a palmar el desafío, cambio mi a puesta), pasamos al alemán y coronamos.

El resto, como siempre, puede suponerse.

Enhorabuena a todos los que han cumplido objetivos, pero sobre todo a Josero y a Equis, porque los dos han sido hoy dos héroes absolutos.

Ripiau, con el barullo de la llegada me despisté y no te vi. Ya contarás cómo te ha ido. Al final hice 3h08, un minuto más que en 2007, pero mejoré puesto: 504 de la general y 26 de mi categoría. El pie, al final se portó, así que lo mimaré un poco y descansaré unas tres semanas. Lo de Florencia tiene buena pinta, pero ya veremos.

Como siempre, gracias a todos los voluntarios, cuya labor es impagable. Y en particular a Alberto, que se ha pegado un buen madrugón para darnos agua y apoyar a su tío.




27 Feb 2009
No es la primera vez que traigo a este blog lo que mi hermano escribe después de correr un maratón. Y esta vez lo hace después de correr en Sevilla, el domingo pasado. Tengo la suerte de disfrutar de un hermano maratoniano, escritor y, sobre todo un hermano hermano. Muchos años de vida y disfrute, Javier.
Verás cuando lo sepa Aída

Comida de la pasta con el GGG (Gran Grupo Garabitas). Reina el buen humor. A la hora de las fotos, Guille insiste en que nos hagamos una juntos: "Así podré presumir en el futuro de tener una foto con JB un día antes de su fallecimiento". Me da la risa floja: donde otros se habrían conformado con "diñarla", "cascarla" o "palmar", Guille siempre elige el tecnicismo más preciso. Es un crack.

Antes de acabar la comida, convocan al escenario a los doce atletas que han terminado las 24 ediciones del maratón de Sevilla. El tercero es Elías Chavete Barroso. Doy un salto de entusiasmo y corro a saludarlo: no nos habíamos vuelto a ver desde 1978, en la mili. Al cabo de 30 años, él sigue igualito: modesto, amable y tan simpático como entonces.

En el hotel, a media tarde, leo un artículo de nuestro quinto del 78 Antonio Muñoz Molina, en el que rememora la vida diaria en aquellos cuarteles: "un pantano de tedio y (paradójicamente) una máquina de angustia engrasada con el permanente ruido de sables. Frente a ello, sólo cabía la evasión; y para huir contábamos con un gran aliado: los bolsillones laterales del pantalón de faena, en los que cabía cualquier libro con el que perderse por los infinitos rincones del cuartel". Y añade AMM: "Lo que nos daba el libro era ese grado de soledad y soberanía y silencio sin el cual no es posible verse plenamente a uno mismo". Releo la frase y caigo en la cuenta de que lo que a menudo busco cuando salgo a correr son esas tres eses.

Me he traído a Sevilla La media distancia, una novela que tenía reservada para la ocasión. En la página 33 se refiere un caso ocurrido en 1944: el maratoniano Jeróme Benedetti llegó a meta y siguió corriendo hacia un bosque cercano. Nadie volvió a saber de él. Y comenta el narrador: "He conocido tipos que hubieran dado algo por repetir ese gesto, tipos que persiguen su soledad por los campos y duran como si su organismo tuviera un fondo indestructible". Tan "indestructible" como el fondo del pantalón de faena, pienso. Nunca como ahora he deseado ser uno de esos corredores, por lo del organismo y por lo otro.

Estamos en el k8. Por delante, al trote, dos corredoras muertas de risa: "Verás cuando lo sepa Aída". Estaban rodando por el parque del Alamillo y se han incorporado a la carrera. Van entusiasmadas. Vivir para contarlo.

k28. Un grupo de veinteañeros vuelve de alguna fiesta de chirigotas carnavaleras. Están retenidos en un cruce mientras pasamos un grupo de corredores. Uno de ellos nos ?anima? por la ventanilla del coche: "¡Kiyo, no se vayai tan leho, que se vai a perder!".

k29. Aún no se me ha borrado la sonrisa de la boca cuando me hundo en una pájara tan súbita como demoledora. Sobra decir que lo estaba esperando desde el primer km. Me invade la angustia. En medio del caos, intento evaluar mi estado: de pulso voy bien, y ahora mismo eso es lo más importante. Todo lo demás son datos negativos: una flojera de pelele en las piernas, náuseas, desorientación?todo ese carnaval de sensaciones que conocemos bien. Analizo sobre la marcha y concluyo que son los síntomas normales del muro, algo distorsionados por la tendencia sevillana a exagerar las cosas. Si al menos pudiera vomitar, me aliviaría un poco. Pero nada. Decido aguantar antes de verme obligado a andar, a parar o a retirarme. Aunque nunca lo he sufrido en ese grado, sé lo que puede durar este trance, y me doy un plazo (15 minutos) o una distancia (3k) para salir del atasco. Si no lo consigo, esta vez sí, tendré que retirarme. He prometido ser prudente.

Han sido 4-5 km difíciles, sin duda los más duros de mis diez maratones. A esas alturas de carrera, hacia el k32-34, siempre he disfrutado de una fuerza que me permitía pasar a muchos corredores. Hoy no: hoy veo pasar a algunos con los que he compartido varios tramos. Ni siquiera intento pegarme a su espalda: no voy a ganar nada y puedo perderlo todo. Tampoco me consuela la desgracia compartida: Auri (de "Los 4 pipas") va tirando de Esteban, literalmente clavado. "¡No saludas, JB!", me dice Auri. "Voy muerto", le contesto balbuciente. "Ya me han contado lo tuyo", añade ella. Y es entonces cuando me acuerdo de la frase de Guille. Y casi soy capaz de sonreír. Estoy salvado.

En el 41, un grupo de chicas anima con una pancarta. Las he visto antes, en el 12, en el 18, en el veintitantos? La leyenda dice: "Si lo puedes soñar, lo puedes lograr". Fuera de contexto, la frase es rematadamente cursi, pero a esas alturas no puedo retener un par de lágrimas. Cosas de la edad.

En la boca del túnel que da acceso al estadio, supero a un corredor brasileño que luce un elocuente lema en su camiseta: "Prazer da corrida". Todo un curso de maratón (o lo que sea) en tres palabras.


01 Dic 2009

A la vuelta de la esquina o el maratón en San Sebastián

En febrero mi hermano corrió el maratón de Sevilla y después escribió una semblanza de su experiencia, que traje a este blog. La tituló "Verás como lo sepa Aída".
El domingo pasado, penúltimo día de noviembre, estuvo en San Sebastián, corrió otro maratón y después escribió su experiencia. Me parece oportuno traer aquí su artículo y, desde estas páginas también, desearle muchos más maratones que, estoy seguro, superará con templanza, con ajustada ambición y con la alegría de mantenerse en forma. Un abrazo, Javi.


A LA VUELTA DE LA ESQUINA



1
Abrí el libro al tiempo que arrancaba el tren con destino a San Sebastián. En la primera página, un fotógrafo sufría un infarto tras el descubrimiento de diecinueve cadáveres en un pueblo sueco cubierto por la nieve. Afortunadamente, ninguno de ellos se llamaba Landes, Poliloco o Pinter, menos aún Tarangu, Aldrigde, Jabo o Vredaman, ni siquiera Cascayo, Witakher, Brilleaux, Txunda, Adon, Mgm3, Jloper, Micra, Sukr, Carliños, David-al o Quique, inscritos en el maratón donostiarra. Por su parte, el hombre del tiempo anunciaba lluvia y viento para el domingo 29 en Donosti: todo un lujo para la épica del maratón, por descontado.

2
Uno de los cadáveres de la novela presentaba un aspecto peculiar: tenía una pierna amputada, y alguien (seguramente un lobo, según la policía) había destrozado el zapato a dentelladas antes de devorar por completo el miembro seccionado, del que sólo quedaba el hueso mondo y lirondo. La cuestión que se planteaba la jefe de la investigación era si se trataba de una fiera corriente o de un verdadero Loboaullador, residente en Zaragoza y capaz de comerse su maratón y el de San Sebastián en ocho días.

3
En mi caso, después de un mes de septiembre un tanto agitado, el objetivo para hoy era correr a 4.45 con el pulso protegido. Así pues, pasada la primera vuelta de 5k, y acompañado por Pinter, nos ponemos al ritmo previsto, con el cielo cubierto y el viento enredando por Zurriola, el mejor escenario posible para una divertida aventura dominical.

4
Llegando al túnel de Ondarreta, empieza a chispear, aunque se trata de una falsa alarma, porque a la salida todo sigue en orden. O en desorden, pues aunque el ritmo sigue siendo el mismo, no conseguimos formar un grupo que nos ayude a protegernos del viento. Y si a estas alturas no lo hemos hecho, parece que cada quien tendrá que apañárselas solo. A falta de compañía, al menos la música nos acompaña en esos kilómetros tan desolados donde el camino parece que se pierde en la nada más absoluta: la Universidad en día de domingo.

5
Con el viento en la espalda, volvemos de nuevo a casa (quiero decir, al casco urbano). Avituallamiento familiar en el k20, el público agolpado en la esquina de San Martín con Easo (bendita esquina, siempre) y bajada alegre hasta la primera media con el ritmo clavado. Si todo acabara aquí, podríamos decir que somos relojes suizos, tan precisos como previsibles. Pero todas las historias tienen segunda parte, y por ahí habíamos dejado una serie de cadáveres sin resolver.

6
Lo malo del segundo paso por Anoeta es que uno no puede dejar de creer que el juego ha terminado, cuando precisamente se trata de todo lo contrario: en ese punto faltan casi 10k para que la carrera empiece de verdad. A la espera de ese momento, uno le sigue dando vueltas a esa historia de suecos apiolados, pero sobre todo al empeño del lobo por descalzar a su víctima antes de roerle los zancajos. Justo en el k24 comienzo a sentir una molestia insidiosa en el talón; sin embargo, nuestro conocido Loboaullador va delante, muy delante, de nosotros. ¿Será, pues, que me he dormido y voy soñando encima del asfalto?

7
No cabe duda de que estoy entrando en esa fase de la prueba en la que uno comienza a perder el control de lo que ocurre alrededor y va cayendo en manos de fantasmas que todo lo trastocan. No me quito de la mente la imagen del licántropo, y de hecho vuelvo la cabeza a todas partes convencido de que estoy empezando a quedarme sin tendón de Aquiles, sin gemelos, sin un muslo. Lo curioso es que, por ahora, sigo sin saber si lo que me empieza a faltar es la pierna derecha o la izquierda. ¿Cómo averiguarlo?

8
En el k29 tengo el segundo avituallamiento de familia, justo al comienzo del Bulevar, donde confluyen todos los bares de pintxos de la Parte Vieja, por no hablar de las delicias del mercado que disfrutamos hace veinticuatro horas. Lo que ocurre es que ahora el cuento no es tan confortable como ayer, ahora he perdido una pierna y no la encuentro; y lo peor es que faltan dos kilómetros para pasar de nuevo por el túnel, verdadero comienzo del maratón. ¿Volverá a chispear esta vez antes de llegar a lo oscuro? ¿Estará allí dentro, agazapado junto al muro, el temible lobo?

9
Aunque el ritmo previsto era 4.45, la carrera va poniendo las cosas en su sitio. De hecho, llevo el dorsal 455, y el número adjudicado nunca es caprichoso. Dicho de otro modo, del k34 al 38 el ritmo se me ha ido a 4.55; a cambio, llevo el pulso controlado, así que comienzo a disfrutar de la carrera.

10
Sin mayores agobios, voy adelantando a corredores y vuelvo a pasar por la esquina de San Martín con Easo. La oleada de gritos de ánimo me abrasa los ojos. Todo el mundo sabe que el corredor de maratón acepta el reto de meses de sacrificio a cambio de ese giro hacia la felicidad cuya duración cifró Leonardo Sciascia en un solo segundo. La carga de emoción me aligera el paso, y hago mi mejor promedio entre el k38 y el 40; tanto, que el pulso se me sube también hasta la raya roja que no voy a traspasar. Decido, contra el instinto, reducir el ritmo y entrar en meta satisfecho. Uno más.







  Nubes y claros
Una vez más, y ya van trece, mi hermano corre un maratón en Donosti, y con una marca estupenda y una clasificación general y por categorías extraordinaria. Enhorabuena, atleta.

  • Como de costumbre, cena previa en el Amara. Asisten Pipilutxi, Stick-23, Josean, Lobo y la familia. Llevan la voz cantante, como corresponde, los de Bilbao, a base de buen humor y de ocurrencias ‘a la bilbaína’. Para el recuerdo, el caso de aquel ruso empeñado en levantar una pieza de cuatro mil kilos con las manos o con…lo que sea, ‘que para eso eres ruso’.

  • Amanece el domingo. Un grado en el termómetro. Viento en calma. Amenaza lluvia. Era lo previsto, así que lo mejor es no darle vueltas. En Anoeta, saludos a los conocidos, con el Txoko casi al completo (Aldrigde, Gaur, Sukarr, Erandiotarra, Iñaki, Gandalfin y los comensales de anoche, más alguno que se me escapa), Benino y Digilogic (que vienen a mejorar marca, aunque el día no está para alardes, ya veremos). Casi sin calentar estamos en línea de salida, con prisa por empezar antes de que se ponga a llover.

  • En el k3 se me une Pipilutxi, que va para 3h20. Ya hemos comentado que ese ritmo nos iría bien, aunque no acabo de tenerlo claro. De momento, iremos probando, y luego ya veremos. El aire sopla un poco por Zurriola, aunque ahí es normal. Frío tampoco hace mucho, una vez que el cuerpo se ha puesto a funcionar. Si nada cambia, vamos bien. Hasta el túnel de Ondarreta sigue pegando el viento de cara, así que nos refugiamos detrás de dos bigardos. Son las zorrerías propias de veteranos. Qué se le va a hacer, más vale maña… 

  • Camino de la universidad, a resguardo del aire, ponemos el piloto automático, así que nos plantamos en el k15 casi sin notarlo. Pero ya se sabe que el maratón no se casa con nadie, y cuando menos lo esperas te atiza un viaje. Y es que, aunque el cuerpo ya va templado, frío sigue haciendo. Sin aviso previo, me sacude un pinchazo en el muslo izquierdo. Mal asunto, porque aún es demasiado pronto para esas bromas. Paro un momento y estiro. Enlazo de nuevo con Pipi y nos vamos hacia el k20, donde espera la familia. En la esquina con Easo, lo habitual: afluencia de público y gritos de ánimo con la correspondiente descarga de adrenalina que nos lleva directos hacia la media maratón. Si el objetivo era 3h20, el ritmo no ha podido ser más preciso, porque marco 1h40.00; aunque lo cierto es que ya en ese punto sé que no voy a doblar.

  • Al paso por Anoeta, con Erandiotarra y Gaur animando, la molestia sigue ahí como una amenaza latente que no me deja en paz. Por el contrario, de pulso voy muy bien, de manera que se me amontonan las dudas: puedo aflojar un poco para evitar la contractura, puedo aligerar el ritmo hasta situarme en el pulso adecuado, puedo dejarlo todo como está y esperar hasta el k30… Pero lo cierto es que, como uno ya conoce el percal, prefiero no arriesgar y decido quedarme. Durante los 10k siguientes, iré viendo a Pipilutxi a 50, 100, 200, 300 metros, directo hacia el crono que se ha propuesto. Ahora rememoro las bromas de anoche, la aparente distancia con la que hablaba de la carrera, la supuesta falta de rigor con que afrontaba el maratón… y constato que era sólo eso, una apariencia. En este negocio suele haber dos actitudes ante la carrera: la de quienes se comportan como supuestos héroes ante la gran batalla y, por el contrario, la de aquellos que tratan a toda costa de quitarle hierro al asunto. Pero no hay que confundirse: por lo general son estos últimos quienes, una vez vestidos de corto, se baten el cobre sin ceder ni un segundo en el empeño. Anoche, los dos bilbaínos parecían dos juerguistas indolentes; pero lo que ahora veo me demuestra que para afrontar el reto del maratón no es necesario poner cara de héroe el día anterior: basta con darlo todo en carrera.

  • En el segundo paso por Zurriola, la cosa se complica un poco. Justo en el giro, el cielo se pone turbio. Del mar vienen rachas de viento furioso y, sin más ni más, se pone a diluviar. En estos casos, ya se sabe: el objetivo es impedir que se vuele la gorra. A eso me aplico. Por fortuna, Gloria y Daniel están ahí mismo con el avituallamiento, lo que no deja de ser un estímulo doble. Y ahora de lo que se trata es de agarrarse a las buenas sensaciones, aunque no sean muchas.

  • Pero el agua no llega al río. En diez minutos, amaina el temporal y bajamos de nuevo hacia la calle Tolosa. Como aliviado del arreón, me distraigo un poco y me salen dos km bastante lentos. No me preocupa, la verdad, pero tampoco es cosa de echarse a dormir, así que espabilo un poco y trato de buscar un grupo que me lleve hasta el k34. En el 35 paro a beber a conciencia. La carrera está hecha, pero con el fresco quizá no he bebido lo suficiente, y esos descuidos suelen pasar factura. Aprovecho para estirar de nuevo y retomo la marcha con buen ánimo. A esas alturas, el castigo muscular es importante, pero también es algo con lo que se cuenta. Lo mejor de todo es que, a partir de ahora, ya vamos con el viento a favor hasta meta.

  • Lo que queda es casi un mero trámite, salvo que aparezca un calambre o una contractura. Habrá que cruzar los dedos y disfrutar mientras tanto del ambiente y los ánimos del público que, no por esperados, dejan de emocionarle a uno. En el k41 me saluda Daniel, pero como no lo espero en ese punto, ni me entero. A esas alturas la cabeza ya va tan perjudicada que no cabe en ella más que la imagen del arco de meta.

  • Y como en maratón la sorpresa siempre está al acecho, a punto estoy de irme al suelo. Un corredor se ha empeñado en hacer los 200m finales con sus hijos de la mano. La organización se lo impide y, en el tira y afloja, uno de los niños se suelta de la mano de su padre y se me echa encima. Toda la vida esquivando perros en los parques y al final va a ser un niño quien me líe los pies. La pizca de reflejos que me queda evita la costalada, enfilo la recta final y entro en meta en 3h23, igual que en 2009, con los mismos errores de 2009 (tres minutos más lento en la segunda media) y la misma alegría de siempre. Si cabe, con algo más de alegría, pues éste es mi decimotercer maratón, y el numerito siempre impone un poco de respeto.

  • Recojo los trastos y salimos para el autobús. A la puerta de un bar vemos a Volcán, también de Bilbao. Ha hecho una excelente carrera, a sus 53 años, y está celebrándolo como de costumbre: una de bravas, unas cañitas y un puro. Lo que digo: del mismo Bilbao.

  • EPÍLOGO

  • Ya en el tren, de vuelta a casa, termino el libro en el que Echenoz novela la biografía de un mito del atletismo: Emil Zátopek. Empleado en un taller donde se fabrican zapatillas de deporte, Emil participa por obligación en una carrera promovida por su empresa. Gana sin despeinarse. Mejor dicho, gana corriendo con un estilo horrible, como si el cuerpo se le fuera a desencuadernar en cualquier momento. Es el año 42. Checoslovaquia ha sido ocupada por los nazis, que celebran un ‘día de encuentro’ con el pueblo checo convocando a una carrera en la que se enfrentan jóvenes de la ciudad con soldados alemanes. Gana Zátopek. En un par de años se convierte en un excelente corredor, a base de entrenarse como un salvaje. Acabada la guerra, los rusos ven en él una mina: se le ofrece un empleo en el ejército con el fin de exhibirlo en las competiciones como un ejemplo de la nueva sociedad soviética. Con los años, llega a alcanzar el grado de coronel. En los JJOO de Helsinki gana la medalla de oro en 5k, 10k y maratón. Es un verdadero mito, pero las autoridades restringen sus movimientos para evitar una posible fuga a Occidente. Suavemente, se inicia el declive, aunque aún alcanzará grandes victorias. Y llega la Primavera del 68 en Praga, el país se despega del bloque soviético y los tanques devuelven las aguas a su cauce. Pero la población se rebela, y con ellos Emil Zátopek, que participa activamente en la revuelta. El castigo que le imponen quiere ser ejemplar: es destituido de todos sus cargos, expulsado del ejército y recolocado en el servicio de recogida de basuras. Lo acepta disciplinadamente. Pero la gente no le deja hacer el trabajo, porque son los vecinos quienes tiran directamente la basura de sus cubos al camión. Emil se limita a correr detrás del remolque entre clamorosas ovaciones del vecindario. Ante tal desafío, las autoridades lo trasladan al Archivo de Deportes, donde ejercerá su labor discretamente durante años.













 






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