sábado, 22 de enero de 2011

Tara, mi gata




Tara es una gata blanca, con unas orejitas y un morro negros, unos bigotes cuidados y unos ojos azules imponentes. Llegó a nuestra casa cuando contaba sólo con unos meses, y ya va para dieciséis años que nos acompaña.

Desde pequeñita ha sido una gata ágil y sociable, a la que le gustaba mucho descubrir los rincones de la casa, sitios frescos en verano y calentitos en invierno. Es limpia y discreta, elegante en su forma de comer y caminar, y gruñona cuando la dejamos algún fin de semana sola  en casa, con su agua y su comida, pero sin compañía.

Tara es fiel a la casa y cariñosa casi siempre, con ganas de mimo. La he visto sentada encima del microondas, en la repisa del baño mientras Mariví se maquilla, en la mesa del estudio, junto al ordenador, extasiada con el icono del ratón. Metida dentro de un cajón de la mesa grande, sin saber por dónde salir; subida en la estantería de los libros, escondida en el armario ropero, debajo de la lámpara del salón, a modo de caperuza de peluquería.  En fin, la he visto en los lugares más inverosímiles. Aunque lo más para Tara en invierno es colocarse junto al trasero de uno de nosotros cuando estamos en la cama ; si es verano, con quedarse de centinela en una esquina se conforma.

Siempre era la primera en percibir que alguno de nosotros iba a llegar a casa: estuviera donde estuviera, iba calladamente por el pasillo hacia la puerta, y en la cómoda esperaba a que entrásemos; ahora le gana a menudo la partida Pipo, pues anda algo sorda y bastante delicada.

Tara es también pequeña, peluda y suave, como Platero. Y ahora está viejecita, dolida y muy mimosa. Come muy poco, pero siempre necesita tener a su disposición algo para llevarse a la boca y agua fresca, para no tener que robársela a Pipo.

A Tara le molesta mucho viajar y, cuando lo hace, se pasa todo el tiempo maullando en su bolso. Pero luego disfruta de lo lindo una vez que está en la casa del pueblo. Pasea  por el patio, camina por los tejados, come más y maúlla menos. Aún recuerdo una noche de bodas en el tejado, hace ya bastantes años…

Hace unos meses estuvo a punto de morirse. Sólo el tesón de Mariví y los buenos cuidados del veterinario lograron enderezar su salud. Ahora parece recuperar tiempos mejores. Pero, en el silencio de la noche, a veces el dolor la descontrola y maúlla insistentemente. Es el momento de que una llamada, “Tara, Tari”, la invite a venir a la cama y, cobijada en una caricia, se calme y se relaje mientras nos deja descansar a todos.

PD)

Y ahora, a mediados de enero de 2011, Tara ha empeorado progresivamente y, en los últimos días, ya no comía ni bebía y apenas se quejaba. Se ponía bajo la mesa del salón o en medio del pasillo, y ahí permanecía quieta, sin moverse, como esperando la nada. La llevamos al veterinario y apenas mejoró un poquitín. Hoy nos han dicho que nada podía hacerse. Así que hasta aquí ha llegado la vida de Tara, 16 años, una gata  blanca, peludita, suave, de imponentes ojos azules, cariñosa y juguetona. Tara, que llegó a esta casa cuando la inauguramos y que nos deja hoy un poco huérfanos de sus suaves peticiones de comida, de mimos y de caricias. 
 


2 comentarios:

  1. Hola Jesús:
    Que bonita historia la de vuestra gata Tara. Me ha recordado una perrita que tuvimos tres amigas. Cuando me cambié al piso, que es hoy nuestra casa, en el mismo rellano vivian Olguita, de Ponferrada, Carmina de Córdoba y yo de Zaragoza. Las tres estábamos solteras, alguna con compromiso y hay que reconocer que un poco locas. Un dia vino Olguita del trabajo con nuestra Tara, dentro de un calcetín (creo que Olguita le puso ese nombre por la protagonista de la serie El Pájaro Espino). Era tan pequeñita y vivaracha y tenía un auténtico cuerpo "pera" pues arrastraba la parte posterior, que era la que más le pesaba. Hemos sido muy felices las cuatro hasta que Olguita se jubiló y se fue a Ponferrada con Tarita, que al poco pasó a mejor vida. Nuestra perrita es parte de nuestras vidas y cuando nos juntamos siempre recordamos sus travesuras... y las nuestras.
    Un fuerte abrazo.
    Carmen Miranda

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  2. Hola, Carmen!
    Gracias por tu comentario. Muestra cómo, una vez pasado cierto tiempo, lo que se recuerda de los animales de compañía todo es bueno; y curiosamente, una buena parte de esos recuerdos nos hacen reír o sonreír. Especialmente con quienes compartieron esa experiencia.

    Te envío dos enlaces, creo que te gustarán.
    Un abrazo y recuerdos.
    Jesús
    http://antoniomuñozmolina.es/2010/08/el-alimento-de-los-pajaros/
    http://www.elpais.com/articulo/opinion/Viejo/sordo/incontinente/elpepusocdgm/20090621elpdmgpan_8/Tes

    9 de febrero de 2011 23:44

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