miércoles, 12 de enero de 2011

Juan Eduardo Zúñiga: Un lujo de escritor

28 Jun 2009


En el excelente suplemento Babelia de El País de ayer sábado, 28 de junio, dedicado a Robert Capa, se hacían referencias frecuentes al gran amor de su vida, la extraordinaria reportera Gerda Taro, esa gran mujer que en plena juventud murió arrollada por un tanque en la batalla de Brunete, en la guerra civil española. Y detallaban ustedes bibliografía suficiente para conocer a Capa y a Gerda.

Pero creo interesante recordar que hace unos años Juan Eduardo Zúñiga publicó Capital de la gloria, sobre el Madrid de la guerra civil, y que es en ese libro donde hay un extraordinario relato dedicado precisamente a Gerda Taro que muestra lo mejor de lo mejor de Zúñiga. En estos tiempos en los que triunfa una trilogía de libros de suspense muy gordos, cuyo valor desconozco porque no los he leído, quiero hacer propaganda de una trilogía de Zúñiga, un autor que es un lujo para nuestra literatura. Se trata de La tierra será un paraíso, Largo noviembre de Madrid y Capital de la gloria. Después de leerlos uno ya no es el mismo, la visión de la guerra es ya otra, el gozo de la lectura, infinitamente más acentuado y las ganas de releer una y otra vez, algo que sus lectores hacemos muy frecuentemente. No es sólo el vocabulario, la sintaxis o el estilo; no sólo la finura, el amor a las víctimas o el conocimiento del ser humano. Es sobre todo estar leyendo a un gran escritor, a un madrileño discreto, a un magnífico cuentista, a un poeta que ama a su ciudad y a los que en ella viven.

Gracias, maestro, por sus hermosos libros. Gracias por el relato Gerda Taro, por el Rosa de Madrid, por el Patrulla del amanecer. Gracias por su discreción. Gracias por escribir.

Y ahora, ahí van unos articulillos sobre este estupendo escritor
La ilusión erosionada
WINSTON MANRIQUE SABOGAL 08/03/2008

Asediados por el miedo y cercados por el dolor frente a un Madrid amenazado por la Guerra Civil. Ése es el mundo que el lector encuentra en esta trilogía en la que Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929) logró una de sus mejores creaciones literarias. Aquí, este autor del socialrealismo no se limita a la descripción de los hechos, a la narración de lo vivido por la gente, sino que se adentra en sus sentimientos, en sus deseos, en sus ideas e incertidumbres. Es más que la recuperación de sus propios recuerdos del durante y después de una guerra que convirtió a unos y a otros en sus propios enemigos.
Es el desconcierto, aún hoy, tantos años después, lo que transmiten estas tres colecciones de relatos empezadas a publicar en 1980 con Largo noviembre de Madrid, seguida en 1989 con La tierra será un paraíso y terminada en 2003 con Capital de la gloria, que le valió el Premio Nacional de la Crítica. Zúñiga brinda un fresco de cómo la lealtad, la amistad o la ilusión se van erosionando. El autor pasa del drama colectivo de un Madrid sitiado a las historias personales, a la quiebra ética y moral de los ciudadanos y de la sociedad por el envenenamiento de algunos líderes políticos y militares. Se trata de un proyecto comprometido con la Historia de España y con la literatura a través del relato, del cuento. De esta forma, la realidad de Madrid se fragmenta como en un prisma y el lector recibe múltiples y diversas versiones de un mismo episodio. Historias que son autónomas pero que van formando un rompecabezas de la Historia. De la memoria.
"Los recuerdos crean un puente sobre el vacío del futuro", explicó en una entrevista Zúñiga. Y aquí son sus recuerdos. Es su pasado y su historia como la de miles de madrileños y españoles que entre 1936 y 1939 fueron empujados a enfrentarse a una de las guerras más dolorosas, como lo es una guerra civil, por lo que tiene de odio cainita. De la mirada soslayada. Del sentimiento contra sí mismo. Del descubrimiento de los diversos y diferentes yoes que puede anidar en cada individuo. Ése es el retrato que muestra Juan Eduardo Zúñiga, uno de los autores españoles que mejor plasma compromiso y literatura. Aquí arrostró el rumor del tiempo con cuentos donde habitan ilusiones, rabia, miedo, valor, alegría, cobardía, traiciones. Esperanza. Para que se sepa que no fue un sueño. -
El tictac del silencio
WINSTON MANRIQUE SABOGAL 23/08/2008

El último tictac fue a las 11.29 de una mañana ya extraviada en sus recuerdos. Así, sin más, el antiguo reloj de pared que Juan Eduardo Zúñiga heredó de su padre entró en rebeldía silenciosa. Y ahí sigue, a tono con el sobrio salón de su casa en Madrid y con este escritor que parece un tímido y sabio fraile vestido de paisano. Aunque el verdadero territorio donde escribe en ese salón es un rincón que colinda por el norte lejano con una gran librería, al oriente con una mesa de centro de madera, al sur, a su espalda, con una estantería que comparten el televisor, algunas cerámicas, un tocadiscos, varias películas y una selección de sus libros favoritos, mientras al occidente se halla el motivo real por el cual Zúñiga (Madrid, 1929) se refugia en ese sitio: la luz nítida de una ciudad que flota sobre los árboles del parque del Retiro que ve desde su sillón granate por una puerta-ventana.
Sentado en ese sillón, Zúñiga pasa escribiendo gran parte de las mañanas y de algunas noches, "acaso predispuestas por la luz eléctrica que tan amiga es de los que leen". Es el rincón de quien sabe del mundo antiguo y ha creado algunos de los mejores libros sobre la Guerra Civil española: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria (este último Premio Nacional de la Crítica 2003). Una trilogía hecha de cuentos, de historias donde resuenan los miedos desatados por las armas y las voces, y de los corazones aturdidos e invadidos de dilemas éticos, desconfiados o traicioneros de aquella ciudad de su infancia resquebrajada de incomprensiones. Historia.
Incluso rodeada por el rumor de la ciudad, el silencio acogedor palpita en su casa. Una vez toma posesión de su sillón, Juan Eduardo Zúñiga acerca una mesita de madera que compró en Londres hace mucho tiempo y que le sirve para leer con sólo levantar una lámina o para escribir bajándola. Sobre ella, una carpeta con folios cogidos con una pinza a la espera de que él los llene con su mano. Ya con la versión casi definitiva, pasa el texto a máquina para tener una idea de lo que saldrá de la imprenta. Si la inspiración se hace la remolona algo de música exótica o brasileña o de jazz o de Beethoven que hacen de Hermes de las musas. Y en sus recreos echa mano de sus libros fundamentales que tiene detrás del sillón granate. Algunos títulos de la colección de Aguilar de los años cincuenta y los rusos, claro: Chéjov, traducido por Cansinos Assens o Turguénev. Luego él vuelve a la carpeta y a la mesita plegable a escribir sus relatos. Sin prisa. Muy vigilante para que sean eficaces hasta insuflarles un eterno y sigiloso tictac.
He escrito para salvarme del frío de la guerra
JUAN CRUZ - Madrid - 04/06/2009

Le leímos ayer a Juan Eduardo Zúñiga, escritor, madrileño de 80 años, que ha edificado sobre la guerra una casa literaria en la que conviven la rabia y la melancolía, esta definición que hizo de él su colega Manuel Longares: "Zúñiga conoce el riesgo de pisar la calle. Por eso, al rebasar el portal de su casa pone la mano en la pared de los telefonillos, como para concederse un respiro antes de acometer la audacia". Con sus ojos atentos, como si le estuviéramos leyendo sobre otro, Zúñiga escuchaba. Hoy a este hombre que escucha le homenajean en la Biblioteca Nacional.

Pregunta. ¿Y cómo se ve?
Respuesta. Como me ve Longares. Me ha gustado tener experiencias fuera de lo normal, encontrar extranjeros que me orientaran hacia otras lenguas... Él me ve como un personaje fuera de lo corriente. Lo soy.
P. ¿Sigue siendo la guerra el motor de su mirada?
R. Fue una experiencia tan terrible e inesperada para un adolescente que forzosamente trazó una especie de estructura en la sensibilidad. Pasados muchos años percibí que necesitaba reelaborar literariamente aquel pasado. Y no creo que fueran los impactos más definitivos los que quedaran de manera más indeleble en mi retina. Fueron las pequeñas particularidades de la vida cotidiana.
P. Eso está en su trilogía: la vida cotidiana atravesada por la guerra.
R. Es lo que hice. Una travesía de Madrid relacionándome con los personajes, no precisamente ejemplares, que no se adscribieron a ninguno de los bandos que estaban en contienda, sino que vivían en soledad, con mala conciencia por no tener un compromiso. Éstos son los personajes que he querido ir poniendo en el papel.
P. No había en ellos heroísmo alguno. ¿O sí lo había?
R. No, no había heroísmo. Lo heroico estaba en esa cierta lejanía de una ciudad asediada, hambrienta, bombardeada. Ellos eran como personas que pretenden hacer algo y no lo consiguen. Es la búsqueda de una realización, por eso no son personas ejemplares; son personas más bien anodinas.
P. Pérez Minik solía decir que la guerra le dejó al rojo vivo. ¿A usted cómo le dejó?
R. Más bien lo que yo experimenté fue lo contrario. Una gran frialdad. Noté como un día nublado, un día de esos de llovizna madrileña que sopla el aire helado de la sierra. Ésa era la situación vital en aquellos años. Sobrevivía con el gran esfuerzo de la cultura. La cultura fue el punto de apoyo, la que me ayudó a tener ese cierto calor. Escribir me salvó de aquel frío. Y de esa frialdad del ambiente tuve que pasar a un periodo en el que yo sintiera ese vigor de la creación; debía inventar los personajes, revestirlos de interés.
P. Poner en pie otra vida después de la devastación.
R. Exactamente. Era como una forma de salvarme yo mismo, porque en estos personajes quién sabe si también había astillas de mi madera.
P. ¿Y siguen las astillas de la guerra?
R. Quedan rastros, naturalmente. Son como la cicatriz que va desapareciendo pero aún subsiste.
P. Surcó la posguerra aprendiendo ruso a solas, y ocupándose de autores rusos.
R. A los doce años encontré debajo de la puerta de la casa de mis padres una novela rusa. Me impresionó. Me sirvió para orientarme. Me llevó a la literatura, en especial a la literatura rusa.
P. Publicó El coral y las aguas, una novela romántica ambientada en Grecia, cuando en 1962 dominaba aquí el social realismo.
R. Y yo era amigo de los social realistas. No fue bien aceptada; era lo opuesto a aquella visión social de la literatura. No me desanimé, ni perdí a los amigos. Mi discrepancia era sólo estética y literaria.
P. Un homenaje en la Biblioteca Nacional.
R. Así lo han querido unos amigos. Otros se lo merecen más. Mire usted a Delibes, a Marsé, a Luis Mateo Díez...
P. ¿Y ahora qué escribe?
R. Cuentos de la posguerra, ese periodo tan largo que hemos sufrido y que no se sabe si ya ha concluido.
El círculo mágico de Juan Eduardo Zúñiga
MIGUEL MORA - MADRID - 27/03/2003

La vida apartada y discreta del novelista Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) se vio ayer alterada durante un rato: el Círculo de Bellas Artes de Madrid le impuso su medalla de oro, y el ilustre, escurridizo y barbudo personaje se vio obligado a comparecer, protagonizar el acto (breve, bonito y barato) y dejarse abrazar por sus amigos después de que el presidente del Círculo, Juan Miguel Hernández León, le colgara la medalla y reivindicara la generosidad, el compromiso y el rigor literario del autor de Capital de la gloria y Largo noviembre de Madrid. Mientras la manifestación de los estudiantes contra la guerra de Irak pasaba calle Alcalá arriba, los amigos de Zúñiga, puestos en pie, aplaudían y querían al último Max Estrella. Allí estaban, entre otros, su mujer Felicidad Orquín, Antonio Martínez-Sarrión, Josefina Aldecoa, Juan Cruz, Juan Ángel Vela del Campo, Manuel Longares, César Antonio Molina, Fanny Rubio, Amaya Elezcano... Para agradecer la distinción, que habían propuesto Luis Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo y Manuel Rico, el gran forofo de Chéjov y Pushkin leyó una alegoría brillante y anacrónica, apenas tres folios que narran cómo la llegada de los primeros camiones occidentales a un poblado africano deja hechizados a algunos lugareños, y cómo éstos logran recuperar la lucidez después de que sus amigos les sometan a algunas sesiones curativas, todos "forzosamente sentados en un círculo". Todo ello, por la propia belleza del texto y, sobre todo, para agradecer al Círculo, con mayúsculas, y al pequeño círculo mágico-afectivo de amigos, esta medalla que, según Zúñiga, es "pura terapia de grupo, amistad y cariño", sirve para olvidar a "esos monstruos bélicos que circulan por el mundo", y quizá, incluso, acelere su lenta, decimonónica y maravillosa, producción literaria.
Jesús Bermejo

1.
Antonio Muñoz Molina, uno de mis escritores preferidos, suele elogiar a menudo a Zúñiga, y cree que él y Max Aub, entre otros, han sabido captar muy bien la esencia narrativa de la guerra civil. Y acostumbra a comentar que la narrativa sobre guerra y posguerra no comenzó con "Los girasoles ciegos", aunque éste sea un libro importante.
2
El mismo Antonio iba paseando con Zúñiga por la plaza de Ramales, en Madrid, y éste le iba señalando los lugares de Mariano José de Larra, en concreto la casa donde se suicidó. Hace unos años salió publicado el extraordinario libro "Flores de plomo", de Juan Eduardo, una novelación exquisita sobre el último Larra.
3
Una vez, en la presentación de un libro, quiso la coincidencia que fuéramos a salir juntos de la sala Zúñiga y yo. La noche anterior había terminado de leer "Capital de la gloria". Mientras le cedía el paso, le dije:
-¡Qué bien escribe usted!- Así le abordé, yo, que no acostumbro a molestar a quienes son personajes públicos, pero que ese día no pude contenerme, tan reciente tenía la lectura del libro.

- Los hay que escriben mejor- me contestó con una sonrisa pícara y una rapidez extraordinaria.
- Bueno, pues yo insisto, ¡qué bien escribe usted!

- Gracias- me contestó.



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